Qué bien visualizado el mundo rural del hambre, cruel, sin compasión, que arrebata al hombre su condición humana y lo iguala al animal. A cada imagen, un verso, ¿o es al revés? Leo un verso y me quedo con el corazón encogido porque he visto, he sentido ese mendrugo de pan, las migas congeladas, la mujer de cuarenta años colgada en una habitación, ya descansando. Luzdivina, madre o hija. "El hogar está donde el calor. / Donde las raíces." Qué contradictorio que lo que nos mata pueda ser el origen de que lo animal crezca en nuestro interior. Los genes y lo salvaje unidos para deformarnos. Vivencias traumáticas que sin querer nos apegan a una tierra y a unas raíces que a veces no queremos pero que están ahí. Podemos vivir soportándolas o conocerlas sin que nos impidan seguir viviendo de dolor: "Hay quien lo vive y luego lo envuelve. / Hay quien lo vive y se queda siempre ahí."
Vivir y olvidar, olvidar para poder seguir. A veces dan ganas de no vivir en la simpleza y se piensa en la huida, retorcida e imposible, fantasía de muerte improbable: "Sería fácil cogerme con una mano. / La cabeza inmovilizada con la otra. / Decir palabras suaves para evitarme el espanto / y retorcerme el cuello de un giro simple, como el / simple animal que soy, / sin prolongar más el sufrimiento." Pero al final se vive para contar, se está ahí parado, se padece porque es natural y a veces el esfuerzo merece la pena, sólo a veces.
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