lunes, 2 de marzo de 2015

Relecturas de invierno

Leí este mes de febrero,a  raíz de un posible encargo editorial, la novela Drácula, de Bram Stoker, por segunda vez. Y por segunda vez (la primera fue cuando solo tenía veinte años) me estremezco ante el despliegue de imaginación, de talento para la creación de un personaje tan complejo, amado y odiado a partes iguales por posteriores generaciones a las del gran escritor irlandes. Me pregunto si el haber pasado los siete primeros años de su vida postrado, leyendo y escuchando historias de fantasmas, no sería motivo de inspiración para Stoker. Al igual que Lovecraft, la enfermedad a edad tan temprana, el encierro en el hogar, puede llevar a ver mosntruos, esos —me viene a la memoria— como los que pintó Goya en sus Caprichos de brujas. A diferencia del escritor norteamericano, Stoker se recuperó físicamente y llegó a ser un gran atleta en el Trinity College y un ser social cuya parte más oscura quedó destinada a la literatura, a las espeluznantes historias que harían nuestras delicias años después.

Si aún no habéis leído Drácula, debéis hacerlo. No tiene nada que ver con ninguna adaptación cinematográfica que hayáis visto (quizá con la que más con la de Coppola). Es una novela llena de referencias culturales interesantes y muestra una etapa histórica-literaria en la que la ciencia y la razón pugnaban por imponerse al folclore, a los cuentos de viejas, a las historias de fantasmas. Y es en eso precisamente en lo que radica el interés de la obra para hacer aún más impactante el descubrimiento de los no muertos. Un placer de lectura fácil de estructura epistolar que nos va mostrando los puntos de vista de unos personajes más vivos que nosotros mismos, incluso el propio vampiro.

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