sábado, 11 de abril de 2015

Los clásicos del cambio

Releo estos días otro clásico y medito de nuevo sobre la relectura, ese acto que detestaba porque no entendía cómo podía volverse a lo leído, por segunda o tercera vez, cuando hay tanto por descubrir.

Me detengo entonces esta mañana en un artículo sobre qué hace clásico un clásico y me pongo a elucubrar por mi cuenta. Qué le pasas a un clásico y no a una novedad es una de las cosas que me interesa. Y es que quizá con ellos, con los clásicos, ocurre como con la familia, a la que le toleras casi todo y no hay más que hablar, aunque lo que hagan haría que detestaras a un desconocido y no volverías a mirarle a la cara por nada del mundo.


Y es que el clásico no cambia, pero nosotros sí. El libro que leí con dieciocho años enamorada ya no me deslumbra al llegar a los cuarenta desengañada. Y él no deja de ser lo que es, solo cambiarán los ojos y el sujeto que lo lee. Ocurre con algunos que no cambian a pesar de nuestros cambios, y lo que en realidad pasa es que descubrimos lo que escondían en segundas lecturas pues en la primera éramos demasiado jóvenes para verlo todo. Y esto es exactamente lo que estos días me está pasando con La Regenta, a la que vi de refilón, sin apreciarla en toda su grandeza, y que ahora me revela a un personaje mucho más interesante de lo que recordaba. Clarín vuelve a dejarme en ese estado de expectación provinciana ante el descubrimiento de lo que el otro es o sabe, de lo que esconde. La triste y gris Vetusta, tortuosa y oscura como lo sería la ciudad de una novela gótica, deformada por las descripciones del autor, es una de esas fantápolis literarias a la española que me aíslan de la realidad y al mismo tiempo me conectan con la viveza de las ciudades de provincias españolas que sí existen y conozco. De estos detalles nace un clásico. De descripciones que nunca más se olvidan, de personajes que nos encantaría conocer o creemos que conocemos porque se parecen tanto a seres reales. Quién no querría cruzarse con don Quijote, Sancho o madame Bovary, con el escribiente Bartleby, y poder preguntarles algo concreto que nos gustaría saber para completar nuestra imagen de ellos, o simplemente saber cómo les va.

Mis clásicos son míos solo, y aunque coincidan con los de otros -es maravilloso cuando ocurre y tienes eso en común de pronto con alguien- mi lectura y mi interpretación harán mi propio libro. Y por mucho que cuente y comparta, solo uno mismo puede entender cómo ese libro le cambió la vida, a lo mejor no de un modo espectacular, pero sumado a otras muchas cosas ha conformado nuestro carácter y le ha dado un nuevo sentido al libro mismo y él a nuestras vidas.

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