viernes, 5 de agosto de 2016

Agosto con José Suárez, el hombre con ojos vivos que piensan

José Bergamín definió la mirada del fotógrafo José Suárez como «unos ojos vivos que piensan», y es verdad que cuando repasas las fotografías del artista descubres el interior que revela el carácter. Natural en otro tipo de artista y creador, pero no en todos los fotógrafos. Y José Suárez fue uno de ellos.

Este gallego nacido en 1902 en Allariz que se exilió a Argentina tras estallar la Guerra Civil, tenía alma soñadora y el espíritu de la emigración. Su exilio fue tan natural, tan convencido estaba de ello, que ni siquiera le frenó el que su mujer no quisiera acompañarlo. Cruzó el charco sin ella y en poco tiempo teníamos sus fotografías en publicaciones y exposiciones en Argentina y Uruguay, donde pasó la mayor parte del exilio. De estos países y de su viaje a Japón hay buenas muestras gráficas, unas fotos bellísimas del hombre que conoció a Kurosawa y que pareció haber nacido para viajar y dejar testimonio mientras se mimetizaba con su entorno.


Una especie de paz de espíritu, de exaltación del espacio exterior como reflejo del interior humano hace heroicos a los «mariñeiros» de su serie de fotografías del mar gallego, los enaltece y les proporciona una dignidad prodigiosa, casi dioses con sus redes al hombro y sus rostros arrugados, muy alejado del costumbrismo. Captaba esos instantes respetando a sus protagonistas. Como él mismo diría: «Nunca violento la vida que encuentro a mi lado».


Cuando volvió del exilio fotografió la Mancha, donde, decía, había ido en busca de don Quijote y solo encontró Sancho Panzas. Blancos y negros puros, tan puros que duelen a la vista, en las fotografías de aquella etapa en las que el paisaje parece haberse despojado de seres y los pocos que aparecen fueran los últimos habitantes de un mundo desolado. Se encontró con esto, la España derrotada, casi vacía de emociones que había dejado al irse al exilio, y así la mostró, entristecido.

No hay retratos, hay hombres sobre paisajes que posan en su paso por el  mundo que parece abrirse a ellos desde el infinito. En la foto que hizo de Unamuno en su setenta aniversario, se percibe. Otras figuras literarias del momento fueron también fotografiadas por él, y siempre hay en las fotos un rastro del artista, cierta melancolía con el poder de trastornar al que observa.



Entrar desde el bullicio y el calor insoportable del final de la Gran Vía, casi llegando a Cibeles, al Instituto Cervantes, donde se celebra la muestra, y encontrarse con José Suárez en La Mancha, en Japón, con los mariñeiros gallegos, entre montañas nevadas y sonriendo a Unamuno es una experiencia agostera muy recomendable.  

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