domingo, 9 de octubre de 2016

Los anotaciones y los subrayados que hablan de nosotros

Paso la mañana en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, en el Paseo de Recoletos, que se celebra en otoño. Es uno de los placeres del comienzo de la nueva estación, pasear entre los libros, pararme, husmear, elegir. En una de las casetas descubro un ejemplar que me interesa. Lo abro por la primera página y leo: De Joaquín. Por nuestro 32 aniversario. Y a continuación hay una firma ininteligible que podría significar María o Miriam. Después, el año, 1992. Dejo en su sitio el libro con cuidado, de repente ha adquirido con la autodedicatoria un valor que no tenía. Cojo otro que está cerca y esta vez la letra, la misma, solo se distingue en la fecha y de nuevo la firma que cuesta descrifrar. Salto a otro libro, después a otro más. La mayoría de los títulos del cajón con el cartel de Novela son de una misma persona que ya no los tiene en su casa ni en sus estanterías. Pienso que quizá los haya vendido, pero me hace dudar de esta posibilidad el libro que celebra el 32 aniversario, ya que es un regalo, y los libros regalados no se venden. Quizá se separó de ese Joaquín al que no quiere volver a ver, pero también puede ser, quizá, que María o Miriam haya muerto y su biblioteca se haya vendido, expuesta ahora su vida en una feria de segunda mano que vende más que libros y ficciones, también la vida de muchas personas cuyas trayectorias y gustos quedan plasmados en las primeras páginas de los libros, en las marcas de su interior, en la propia elección de los títulos, que los definen.

Anoto yo también en todos mis libros. Me encanta aludir al margen de las páginas a una anécdota o quizá mencionar un tema que me interesa y que el autor me ha recordado por lo que ha escrito. No siempre anota uno lo mismo. Si volviéramos a leer un libro que leímos hace diez años escribiríamos otras notas o quizá ninguna, porque lo que nos llamó la atención en su momento ya es sabido y no nos sorprende. 

Somos distintos en cada etapa de nuestra vida y los años también pasan por los libros. De vez en cuando cojo al azar un volumen de una de mis estanterías y lo abro, lo hojeo y me encuentro definida —cómo era en ese momento— leyendo lo subrayado. A veces hay simplemente una flecha o unos signos de admiración de apertura y cierre que me advierten de dónde me paré, dónde me detuve a señalar, qué me importaba entonces. Por supuesto, como María o Miriam, yo también me autodedico libros, no solo los regalados, también los que compro yo misma, en los que escribo: Encontrado un día luminoso o Una mañana de octubre en la Feria del Libro Antiguo. Y espero, lo pido, que mis libros no se vendan, que los que los hereden o reciban los hojeen y así puedan conocerme mejor, cómo era yo por mis subrayados, por la elección de mis lecturas.

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